Mirando la retina... llegamos hasta el riñón.

El cuerpo humano es un engranaje maravilloso y como tal, puede darnos sorpresas. Un sistema tan perfecto también tiene pequeños desajustes que a veces se manifiestan en localizaciones inesperadas.

El caso que nos ocupa es una paciente cuyo motivo de consulta era una pérdida visual súbita unilateral; tras la realización de las pruebas oculares pertinentes el diagnóstico era claro: ”trombosis de la vena central de la retina. Esta es una patología con la que nos enfrentamos con cierta frecuencia y cuyos factores de riesgo van desde enfermedades comunes como la diabetes hasta raras enfermedades como síndromes de hiperviscosidad o la hiperhomocisteinemia… pero la peculiaridad de este caso es que la paciente tenía solo 27 años y esta era una situación poco habitual. Entre sus antecedentes destacaba una dismenorrea precoz con aumento de vello facial a la que no se le veía relación con la enfermedad que presentaba actualmente.

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En nuestra clínica de oftalmología, se planteó el protocolo diagnóstico para esta enfermedad, incluyendo pruebas como
eco-doppler de troncos supraaórticos, AngioRMN cerebral… y no encontrábamos
nada.

Mientras le hacían analíticas y otras pruebas a la paciente, continuábamos tratando su retina mediante inyecciones intraoculares de antiVEGF para tratar el edema… aprovechábamos para rehistoriar a la paciente, buscando alguna pista…

Uno de estos días, después de más de seis meses, la paciente nos comenta “pues sí que soy rara, primero me pasa lo del ojo… y después resulta que me tengo que tomar pastillas para la tensión…”

Este acontecimiento nos hizo replantearnos la enfermedad desde el principio; gracias a la perseverancia de compañeros, especialmente internistas (hay muchos dr.House por el mundo y generalmente los tenemos mucho más cerca de lo que creemos), se realizó una batería de pruebas hasta que un TAC abdominal, lo que evidenció una compresión de la vena renal izquierda por la pinza aorto-mesentérica, con dilatación de la vena ovárica izquierda (causa de la dismenorrea y el aumento del vello) y los vasos pélvicos (causa del aumento de tensión arterial con el ejercicio). En resumen, dos arterias asfixian la vena renal, esto se conoce como “Síndrome del Cascanueces”.

A partir de ahí el tratamiento intravítreo solucionó el edema retiniano y la medicación antiagregante solucionó las complicaciones sistémicas, permitiendo llevar a la paciente una vida completamente normal.

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Este caso nos recordó que aunque muchas veces el tratamiento local (en este caso
ocular) esté claro, es fundamental la historia clínica clásica, la que nos enseñan en la
facultad; y que la colaboración multidisciplinar es básica para tratar problemas
sistémicos que pueden incluso acabar con la vida de nuestros pacientes.

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